Que tanto recordaba a H.las salas de disección de algunos cuadros antiguos |
Una de las hojas de las ventanas (situadas a espalda
de los médicos) se encontraba abierta para simular el olor a tabaco, que cargaba la atmósfera de la
reunión. La claridad cambiante proveniente del exterior modelaba sus siluetas al contraluz. Sentado
frente a ellos en la última fila de la pequeña grada, que tanto recordaba a H.
las salas de disección de algunos cuadros antiguos, estudiados por ella en
libros de arte, el equipo médico les escrutaba con gran interés,indagando en el semblante pálido y demacrado de la mujer.
H.,llevaba colocadas sus gafas de sol.
(...)En casos de licantropía, por ejemplo, los afectados creen realmente estar sometidos por un lobo. Mientras, la familia entera, al suponer a su hijo poseído, entra en una histeria colectiva, agrediendo a la persona “sometida”, ya que creen expulsar así a los malos espíritus que la controlan, y
proyectando después sus sentimientos de culpa sobre figuras imaginarias,
hilvanadas por su mente para evadirse de esa realidad atroz. Su pensamiento no
les permite asumir ciertas realidades y las vuelcan sobre éstas. En el pasado
se trataba de duendes o vampiros.
(...) -Yo no he pegado a
mi hijo en mi puta vida. Preguntadle a H. Respondió el cazador con sus ojos
enrojecidos.
(...) -Tenéis una vista
excelente para identificar heridas. Parece que no habéis notado la que llevo en la oreja. Os
aseguro que si a vosotros os arrancaran un trozo de un mordisco el dolor os
volvería locos de rabia. Además, estaba todo demasiado oscuro, yo no sabía
contra quien luchaba.
(...)su mujer también tiene cicatrices en la cara y en la
espalda.
-H., por favor, ¿Sería usted tan amable de quitarse las gafas?
(...)Ante aquél griterío los agentes irrumpieron expeditivamente
en la sala, agarrando entre varios al sujeto pendenciero que comenzó a propinar
empujones para liberarse de sus captores. En el forcejeo, una sacudida
involuntaria por parte de estos dio con las gafas de H. en el suelo.
Ante la sorpresa de los presentes, a excepción de sus perpetuas ojeras, no había rastro de agresión en los ojos de la
mujer.
Mientras, H., sonrojada, se apresuraba a recoger las gafas del suelo para ocultar de nuevo su vergonzoso aspecto.Lejos quedaban ya los años en los que hubiera disfrutado luciendo aquellos deslumbrantes ojos de su juventud. Ahora no se le hubiera ocurrido mostrarlos por nada del mundo.
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