domingo, 23 de febrero de 2014

DÍAS PRECEDENTES

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Junto a la orilla de aquel vasto lago interior, se  reunían sentados los jefes de cada poblado, al resguardo de oídos curiosos...."







-¿Por qué no luchamos?- dijo irreflexivamente uno de los jóvenes, que comparecía con su cara adornada con pinturas. Las puntas de nuestras flechas y lanzas son más letales que las suyas. 

 Hemos empleado muchos atardeceres para tallar la piedra adecuada[1], sabemos manejarlas como ellos y conocemos el terreno. ¿Por qué no enfrentarnos sin temor a esas alimañas? Si luchamos todos unidos, como relatan los ancianos que hace Buey almizclero no nos vencerán (2).
La cuestión gravitó en total quietud en el interior de la cueva. Únicamente el crepitar de las ramitas en la hoguera y el sonido del lento discurrir de la corriente de agua, transportados en su regazo por Eco hasta lo más profundo de la caverna, 

rompían  el inquietante silencio.Solamente Pequeño Hermano Que Habla permaneció sentado en el suelo con la cabeza entre las rodillas, recordando con lágrimas en los ojos las imágenes que se agolpaban en su memoria en algún lugar de su grácil cuerpo.
¿Por qué esta reunión me evoca tan tristes recuerdos?, ¿Por qué percibo tanto sufrimiento en mi tribu?  Hasta ahora, nunca he disfrutado de unos poderes parecidos a los de Padre. Yo no puedo recordar cómo él las vidas pasadas ¿Por qué entonces me he despertado tantas veces en mitad de la  noche, bañado en sudor sin razón aparente, como cuando mi cuerpo enfermo arde y Padre me proporciona brebajes que apaciguan mi ardiente anatomía?, ¿Y por qué en esas ocasiones mis sueños me transportan a las montañas, para encontrarme contra mi voluntad con ese monstruo pardo de cuatro pasos de altura?
Desde un risco elevado Pequeño Hermano Que Habla podía otear todo el valle. Atardecer, cada vez más adelantado,  prendía  en innumerables colores, tiñendo sobre todo de rojo sangre el lecho ardiente de Sol. Los polluelos de Halcón se preparaban sobre el acantilado para la gran migración agitando frenéticamente las alas. Cuervo perseguía a Lobo durante el Manto Blanco en sus largos desplazamientos. Habitualmente solitario, se congregaba en gran número alrededor de la carroña que éste le servía en bandeja tras sus carnicerías, ya que su débil pico le impedía penetrar por él mismo la carne de los cadáveres. De no ser así, sólo podría acceder a las partes más tiernas, como los ojos, las mamas o las ingles. Pasaría los días picoteando, escudriñando la llanura como nunca antes lo había hecho y salpicando de negros presagios las prematuras nieves.






Por la llanura se  desperdigaban algunas tiendas. En su interior,    las mujeres, desconocedoras de la llegada de los bárbaros que amenazaban  su Paraíso y del trágico destino que las aguardaba, se afanaban alegremente en tener a punto  las prendas para el 
periodo gélido, desollando animales, curtiendo pieles y cosiéndolas posteriormente con agujas de hueso. También trenzaban grandes canastos que luego se utilizaban como trampas para capturar peces o para contener las bayas o las setas que se consumían más tarde. Otras veces recogían alimentos silvestres y hacían conservas de carne y plantas para el invierno. Mientras, las restantes cocinaban, valiéndose para ello de ardientes piedras calentadas  en el fuego, que introducían seguidamente en cuencos de madera o de hueso, adecuados para hacer hervir el agua. El apetitoso aroma de los guisos llegados de los recipientes, colmaba de agradables efluvios  el ambiente del valle, mezclándose con el penetrante olor a resina de los pinos circundantes.
Los hombres calmaban su inquietud reparando las puntas de sus lanzas y flechas. Primero introducían en sus pulgares una pieza agujereada de cuero que apoyaban luego en la palma de sus manos para protegerlas. Después, posaban sobre aquella sus herramientas de piedra y con un trozo de asta apretaban hasta arrancar una esquirla con la destreza de quien llevaba muchos Mantos Blancos practicando.














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(1)Los hallazgos en el valle del Mississipi de puntas de flecha o lanzas procedentes de los yacimientos de obsidiana del mismo Yellowstone,  demuestran que se  realizaban desplazamientos de muchos kilómetros para el intercambio comercial. Los resultados conseguidos -las de la cultura Clovis son las mejores puntas de flecha y lanza jamás encontradas- justificaban sobradamente dichos desplazamientos.


(2)



El buey almizclero, al carecer de  extremidades largas  que le permitan 
huir con rapidez, se agrupa en un círculo cuando es atacado por los lobos,
 resguardando a las crías en el interior de aquél. 

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