Me
gustaría ofrecer mis disculpas a H.W.K. por la publicación de un desafortunado artículo
en el Wyoming Daily Chronicle el 29 de abril del año 2011 -para el que un
servidor trabajaba en esa época- por no haber contrastado suficientemente y
haber divulgado una información errónea que llegó a mis manos, hecho que
contradice los métodos y ética periodística que se nos supone a la mayoría de
los integrantes de la profesión. Asimismo quiero agradecerle su renuncia a
ejercer acciones legales contra mi persona.
Tras
haber investigado a fondo la cuestión,
he llegado a la conclusión de que la versión ofrecida en sus memorias es -sin
discusión posible- la más veraz de cuantas se han propuesto hasta el momento. De
igual modo, me gustaría desmarcarme de las opiniones vertidas por el
protagonista de los hechos, así como mostrar mi más absoluto rechazo a sus
actividades delictivas que hicieron un flaco favor a la conservación de
especies protegidas, sin por ello admitir ni una sola palabra de las
acusaciones de agresión difundidas en su contra.
También
desearía aprovechar la oportunidad para recordar por su amable cooperación
durante la etapa de recopilación y selección de los datos, a todos los
herederos de la tradición oral de las distintas tribus indígenas que han habitado
en Yellowstone, transmitida a lo largo de los milenios, y sin cuyas
revelaciones hubiera sido imposible sacar a la luz esta historia.
Tampoco
quisiera dejar de homenajear a algunos amigos que siempre me han alentado en
momentos complicados: Me gustaría destacar a los excompañeros del periódico que
siempre estuvieron a mi lado y a los que no puedo nombrar en esta dedicatoria. Gracias
también a Reuben Clark por abrirme no solamente las puertas de su casa sino también las de su corazón, a Kevin Whitehead por su consejo y su ayuda en el desarrollo de esta novela y a Daniel Pratt por su
inestimable compañía. Me gustaría mencionar aquí a otros amigos europeos por
brindarme su amistad en mi época de joven trotamundos por el “Viejo Continente”
y en la que compartimos desde el mirador de San Nicolás de Granada “El
atardecer mas hermoso del mundo”: a Manuel Díaz por su continuo apoyo durante
años, a Juan Aguayo Suárez por su gran paciencia y comprensión, a Mª José
Naranjo y Ola Grenner, (que también residen ahora en los Estados
Unidos)por haberme recordado siempre a pesar de la distancia y a Juan Antonio Herrera
por haber creído en mí (cuando tan poca gente lo hacía). Asimismo, me gustaría reconocer a
Tora Sivertsen, mi amigo noruego, su gran apoyo moral en la publicación de
esta obra y a Mohamed Khaitech por su perseverancia ante mi exasperante torpeza
con el francés.
THE DESERT VOICE
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