martes, 4 de marzo de 2014

LETANÍA


Aquella letanía que crecía imperceptiblemente esta vez no encontraría respuesta. Ni siquiera Eco, omnipresente en aquellos afilados riscos, se había atrevido a aparecer, quebrado por el dolor:


-“Ayeeee, ewok; ayeee, ewok. Ketzamizral ashté rek ewok niham tanwé, tanaka raotec naj “nishram” sha kantué ihmotej……
 Luna, contrastando con el ocre rojo de su frente, bañaba en su plenitud la blanca cabellera del hechicero. Utilizado desde antaño por sus ancestros en sus rituales funerarios, aquél material terroso cubría entonces su  mutilado cuerpo.




Águila Calva





berrendo
"... Casi se distinguían destacando entre las primeras nieves las insolentes tonalidades de las humeantes pozas: rojos, ocres, amarillos, azules.  Las aves errantes- Pato Salvaje, Cisne, Ganso, Halcón- privaban al paisaje de su belleza un poco más tarde cada año, partiendo rezagadas con unos atardeceres de demora. Los devoradores de hierba, -Alce, Wapiti -antes de partir hacia tierras más bajas en busca de pasto, apuraban en la espesura de la arboleda las ofrendas que en su infinita generosidad les brindaba Madre Tierra. Lobo, congregado en gran número, los acechaba, asediándolos sin descanso hasta abatirlos. A lo lejos, Berrendo, perseguido por Guepardo, se apegaba inútilmente a la vida antes de liberar su Aliento, para  luego regresar, como hacía  Luna cada mes, en una lucha sin principio ni fin.


Otros como Oso, se aprestaban a pasar largas lunas aletargado, para salir de su guarida en compañía de sus crías tras la estación fría. 


   
  


A los pies del hechicero, Madre Tierra  se precipitaba cadenciosamente como Arroyo hasta el fondo del valle, buscando otro afluente hermano que lo acogiera en su largo brazo...."





Muchas veces había partido el chamán a patrullar los grandes espacios abiertos, a sobrevolar Laguna Grande, a seguir la desbocada corriente de Río, interrumpida por los  diques construidos por Pequeño Hermano Que Habla o por el eterno bramido de Trueno de Agua, que cae desde una altura varias veces la de Abeto y en cuyas orillas Coyote había arrebatado más de una vez Salmón a Nutria.




Había observado como Madre Tierra abrasaba enfurecida cualquier vida a su alrededor, elevando Geiser su hirviente hálito en el aire hasta debilitarse. 




¿Qué mayor esplendor se podía desear que el que su aguda vista abarcaba? Hasta ahora, en su emplumado cuerpo había podido surcar los cielos, recorriendo en silencio las alturas, observando con su penetrante visión hasta donde ningún humano podría hacerlo.  Su poder como hechicero y líder se lo permitía. Ningún otro entre los dispersos pobladores de aquél Edén ostentaba dicho poder. Nadie podía como él intercambiar su alma con el de un animal. Nadie tenía la potestad para ver más lejos, correr más rápido,  volar más alto o nadar más profundo que Águila Calva. Aunque su predilecta era ella. Surcar las alturas en libertad, en silencio, poseedora del conocimiento, de la belleza que nadie más disfrutaba, sentir el aire de la montaña acariciando su rostro y el aroma de las flores colmando su olfato de embriagadoras sensaciones. 







Pero sin Madre Tierra enferma no habría salido una vez más a patrullar aquél Paraíso. Si no temblara irritada, perdiendo los nervios cada vez con mayor frecuencia[1]; si ésta, palideciendo, no hubiera descuidado las alegres tonalidades de algunas de sus tórridas lagunas hasta convertirlas en pestilentes pozas; si en más de una ocasión su hermano Sol no se hubiera ocultado  tras el manto negro que cubría el firmamento, descargando Rayo,  y calcinando criaturas y bosques sin aliviarlos después con las refrescantes aguas, entonces, Águila Calva no habría descubierto aquellos espíritus malignos.



¿Qué precio poner al Paraíso? ¿Qué alma enferma se atrevería a suponer que habría abandonado sin lucha la Tierra de sus ancestros en cuyo despiadado enfrentamiento había quedado mutilado?



Una postrera lágrima nubló su visión mientras que su conjuro, a media voz, iba tornando la tristeza en odio. Ni la promesa de Pequeño Hermano Que Habla le reconfortaría:
  -Te prometo Padre, que no descansaré jamás hasta vengar tu afrenta, aunque ello me cueste mi propio Aliento.
Un último esfuerzo separaba la oscuridad eterna de la  vida eterna. Su brazo derecho, alzado, reclamaba la presencia de los espíritus de sus “hermanos” mientras la brisa de la mañana giraba ahora en torno al hechicero y ascendía hasta el cielo en un torbellino atronador.
   - ..............Kental taj-monwé, ka aruwé sha tanaka shirkan uruk-ra hamarashté ej uruk-ka  ta imolé”. Su voz caía en aquel momento sobre el valle con la fuerza despiadada del látigo, estremeciendo el cuerpo habitualmente impávido de Mamut. Los más ancianos no habrían podido recordar que ningún sonido semejante hubiera perturbado de aquella manera el sueño de Madre Tierra. Ni siquiera el bramido de Geiser, cabalgando en el silencio de la noche, se podía comparar.
Una serpiente color azabache se elevó desde el fondo del valle hasta encontrarse con Águila Calva. Aquella miríada de mariposas negras, atrapadas en el interior del tornado, danzaba en torno al hechicero un baile macabro antes de  remontar el vuelo. En un último instante, una de ellas se posó sobre el hombro de su brazo ileso. El chamán inclinó su cabeza y su duro rostro esbozó una sonrisa. La mariposa rodeó por última vez al líder y continuó su vuelo.
Águila Calva, mientras la inmensa espiral agonizaba, se giró extenuado y retornó con paso cansino al interior la gruta situada a su espalda.  





[1] Este fragmento ha sido recogido mediante tradición oral, transmitida a lo largo de generaciones por los descendientes de los primeros nativos que habitaron en Yellowstone. En él nos es revelada (según la Sagrada Palabra de los ancestros) el origen de los temblores de tierra: 
“En el  Génesis Madre Tierra concibió en su vientre en cuerpo y alma a todos sus hijos, animales y hombres. En los albores de la Creación, todas las criaturas vivían en armonía con La Hacedora. Pero hace mucho, [...], cansados de obedecer sus dictados, algunos la traicionaron, cometiendo todo tipo de tropelías contra Ella. Mataron, mutilaron y quemaron sin necesidad los presentes que les habían sido confiados, humanos, animales o bosques, condenando a inocentes y culpables a un éxodo sin fin....
 - “Por todo el daño causado, mi zozobra os castigará y os recordará con mi estremecimiento, el dolor que en mi causan vuestros desmanes.....”

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