El tarro fue depositado sobre la mesilla de la chimenea. Al día siguiente la atravesaría con un alfiler, como era su deseo. Allí, desde el confort de su sillón, podría observar la hermosura del insecto, colocado éste entre una pequeña pica americana y una ardilla listada, ambas disecadas.
Un último vistazo le permitiría apreciar las formas desdibujadas del salón bajo la cálida luz de la lumbre.Una hermosa piel de lobo gris yacía en el suelo con las huellas recientes de sus grandes botas embarradas sobre el lomo. Ésta era la tercera, puesto que los dos primeros animales sacrificados no fueron de su agrado para tan noble tarea. Junto al “trono” en el que descansaba, una lámpara de mesa averiada, elaborada con astas y piel de animal, realizaba una función decorativa sobre una pequeña mesa. En el centro del salón, sobre la mesa grande, una diminuta pecera con dos inquietos pececillos de colores, comprados una aciaga tarde para no soportar los insistentes gimoteos de la nenaza, representaba la única pincelada de vida en aquél mausoleo, como si quisieran subrayar el morbo de aquél homenaje a la muerte.En la entrada, tras la butaca donde él reposaba, un enorme oso se erguía amenazante con sus brazos extendidos, como queriendo proteger la estancia de intrusos. Bajo la trémula luz de la fogata, las sombras palpitantes del oso, proyectadas sobre la pared, parecían cobrar vida. En el lado contrario de la puerta, un águila con las alas plegadas descansaba sus enormes garras sobre una falsa rama.
Afortunadamente, nadie había visitado la cabaña durante años. Su situación, en la orilla del lago más alejada a la carretera, la protegía de la mirada de los curiosos, aunque en ningún momento le pareció suficiente razón para que sus suegros nunca acudieran a saludarlos. Jamás los vejestorios plantaron un pie en su “guarida”, ni siquiera para visitar a su amado nieto cuando caía enfermo. Aún así, varios rifles se escondían bajo llave en el interior de un pequeño armario, cuyas puertas se encontraban constantemente cerradas para evitar que ningún soplón diera el chivatazo a las autoridades, o quizás para impedir lo que él denominaba “una lamentable desgracia”.
En la pared de la cabaña se alternaban los cuadros de las mariposas con cuervos disecados, cada uno posando sobre una ramita. Sobre placas doradas fijadas a los soportes, se sucedían consecutivamente las fechas de nacimiento y muerte de los pájaros, que habiendo coexistido en total libertad con los ocupantes de la propiedad alcanzaban en algunos casos la edadde treinta años: ....1847-1876;
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"...las dos versione de la Biston Betularia..." |
1876-1904; 1904-1934; 1934-1959; 1959-1989; 1989-........; y así, unos diez de ellos distribuidos entre los paneles de los lepidópteros. H., que nunca entendió la devoción mostrada por los funestos pájaros, no discrepó cuando el cazador reemplazó por sus “golfillos truhanes” unas fotos del niño, que antaño se codeaban con las delicadas damiselas. Colgadas de la pared se encontraban, reposando en estricto orden, la Parnassius apollo, de Europa y Asia -con antenas cortas y escamas largas y peludas-, la Chazara briseis, la Pontia Callidice, la Lycaeides idas, la Plebejus Pylaón, las dos versiones de la Biston betularia;la Bhutanitis lidderdalei -con sus hermosos ocelos- de La India y Tailandia; La Baltia butleri del Himalaya..... Y así más de quinientas de ellas adquiridas o atrapadas en varios continentes y dispuestas en cerca de una veintena de cuadros en las paredes del salón.
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"Tan abundante otrora y que desaparece debido
al calentamiento progresivo de las Rocosas." |
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" En el centro del cuadro destaca
un notable vacío en la que habría de ensartar
- según había repetido desde hacía mucho tiempo -
“la mariposa de su vida”.
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Su colección favorita presidía destacada sobre la chimenea. Esas mariposas de Norteamérica y Europa habían sido capturadas por su propia nenaza: La Colias palaeno, la Erebia meolans, la Euchloe creusa, la Euphydryas cynthia. Allí se encontraba la Danaus plexippus o “Monarca”, muy diferente a la Speyeria mormonia, tan abundante otrora y que desaparece alarmantemente debido al calentamiento progresivo de “Las Rocosas”. En el centro del cuadro destacaba un notable vacío en la que habría de ensartar- según había repetido desde hacía mucho tiempo - “la mariposa de su vida”. En el exteriorUnos quejumbrosos aullidos sonaron a unos metros de la cabaña, atrayendo la atención del hombre hacia el extremo del destartalado muelle de madera. Éste, ante la magnífica oportunidad que se le ofrecía, se asomó por la ventana para confirmar la presencia del animal. Un hermoso lobo negro de grandes ojos azules que permanecía allí sentado lanzaba aquellos lastimeros quejidos. Su magnífica silueta se reflejaba sobre las serenas aguas del Sylvan Lake, interrumpidas únicamente por alguna hoja seca cubriendo su último trayecto. Situada la cabaña junto a su orilla, frente al Avalanche Peak, los incendios y las plagas había consumido la vida alrededor de ésta, mientras East Entrance Road, el único cordón umbilical que les mantenía vinculados al mundo, hacía más turbadora la desolación del lugar. Las sinuosas curvas bordeando las Rocosas, los riscos escarpados que la abrazaban y la soledad de sus largos tramos conferían una inquietante belleza al entorno.
Un magnífico ejemplar de pino, que antaño proporcionaba una magnífica sombra, caía entonces famélico sobre la orilla del lago, manteniéndose a duras penas en pie. Hacía días ya que una pareja de cárabos, desterrada de su nido en el tronco tronchado del árbol, no anidaba bajo la ventisca, como solían hacerlo cada año por primavera. Solo un cuervo acechando a los huérfanos polluelos de su interior o a algún escurridizo gusano escondido en la podrida madera, rompía el silencio del retiro con su inquietante parloteo:
-Ven aquí cabrón, rrok-rrok, ven aquí cabrón, - Repetía incesantemente con su fúnebre plumaje, como un siniestro carcelero al servicio del “rey”.
Éste, después de echar un vistazo con excitación a través de la ventana,
corrió por un rifle hasta el armario, del que solamente él tenía la llave. Una vez cargado, se inclinó discretamente sobre el marco para comprobar frustrado que el lobo, como anticipando acontecimientos, había desaparecido silenciosamente.Una despechada detonación del 300 winchester magnum rompió la superficie inmaculada del agua.