lunes, 16 de junio de 2014

domingo, 15 de junio de 2014

sábado, 8 de marzo de 2014

PROFECÍA


"Sólo aquellos que me hayáis mostrado con creces vuestra lealtad os ganareis un lugar en el firmamento donde descansar. El resto sucumbiréis bajo una lluvia de fuego y cenizas el día que ,como consecuencia de vuestra desidia hacia mí, se abata sobre todos vosotros mi cólera destructora ......”
                      Madre Tierra                                                                                                                                                                                                                                                                               
                                                                                                                                                    
  
               
                                                                           




      

miércoles, 5 de marzo de 2014

AGRADECIMIENTOS

Me gustaría ofrecer mis disculpas a H.W.K. por la publicación de un desafortunado artículo en el Wyoming Daily Chronicle el 29 de abril del año 2011 -para el que un servidor trabajaba en esa época- por no haber contrastado suficientemente y haber divulgado una información errónea que llegó a mis manos, hecho que contradice los métodos y ética periodística que se nos supone a la mayoría de los integrantes de la profesión. Asimismo quiero agradecerle su renuncia a ejercer acciones legales contra mi persona.

Tras haber  investigado a fondo la cuestión, he llegado a la conclusión de que la versión ofrecida en sus memorias es -sin discusión posible- la más veraz de cuantas se han propuesto hasta el momento. De igual modo, me gustaría desmarcarme de las opiniones vertidas por el protagonista de los hechos, así como mostrar mi más absoluto rechazo a sus actividades delictivas que hicieron un flaco favor a la conservación de especies protegidas, sin por ello admitir ni una sola palabra de las acusaciones de agresión difundidas en su contra.

También desearía aprovechar la oportunidad para recordar por su amable cooperación durante la etapa de recopilación y selección de los datos, a todos los herederos de la tradición oral de las distintas tribus indígenas que han habitado en Yellowstone, transmitida a lo largo de los milenios, y sin cuyas revelaciones hubiera sido imposible sacar a la luz esta historia.
Tampoco quisiera dejar de homenajear a algunos amigos que siempre me han alentado en momentos complicados: Me gustaría destacar a los excompañeros del periódico que siempre estuvieron a mi lado y a los que no puedo nombrar en esta dedicatoria. Gracias también a Reuben Clark por abrirme no solamente las puertas de su casa sino también las de su corazón, a Kevin Whitehead por su consejo y su ayuda en el desarrollo  de esta novela y a Daniel Pratt por su inestimable compañía. Me gustaría mencionar aquí a otros amigos europeos por brindarme su amistad en mi época de joven trotamundos por el “Viejo Continente” y en la que compartimos desde el mirador de San Nicolás de Granada “El atardecer mas hermoso del mundo”: a Manuel Díaz por su continuo apoyo durante años, a Juan Aguayo Suárez por su gran paciencia y comprensión, a Mª José Naranjo y Ola Grenner, (que también residen ahora en  los Estados Unidos)por haberme recordado siempre a pesar de la distancia y a Juan Antonio Herrera por haber creído en mí (cuando tan poca gente  lo hacía). Asimismo, me gustaría reconocer a Tora Sivertsen, mi amigo noruego, su gran apoyo moral en la publicación de esta obra y a Mohamed Khaitech por su perseverancia ante mi exasperante torpeza con el  francés.


                                    THE DESERT VOICE

martes, 4 de marzo de 2014

LETANÍA


Aquella letanía que crecía imperceptiblemente esta vez no encontraría respuesta. Ni siquiera Eco, omnipresente en aquellos afilados riscos, se había atrevido a aparecer, quebrado por el dolor:


-“Ayeeee, ewok; ayeee, ewok. Ketzamizral ashté rek ewok niham tanwé, tanaka raotec naj “nishram” sha kantué ihmotej……
 Luna, contrastando con el ocre rojo de su frente, bañaba en su plenitud la blanca cabellera del hechicero. Utilizado desde antaño por sus ancestros en sus rituales funerarios, aquél material terroso cubría entonces su  mutilado cuerpo.




Águila Calva





berrendo
"... Casi se distinguían destacando entre las primeras nieves las insolentes tonalidades de las humeantes pozas: rojos, ocres, amarillos, azules.  Las aves errantes- Pato Salvaje, Cisne, Ganso, Halcón- privaban al paisaje de su belleza un poco más tarde cada año, partiendo rezagadas con unos atardeceres de demora. Los devoradores de hierba, -Alce, Wapiti -antes de partir hacia tierras más bajas en busca de pasto, apuraban en la espesura de la arboleda las ofrendas que en su infinita generosidad les brindaba Madre Tierra. Lobo, congregado en gran número, los acechaba, asediándolos sin descanso hasta abatirlos. A lo lejos, Berrendo, perseguido por Guepardo, se apegaba inútilmente a la vida antes de liberar su Aliento, para  luego regresar, como hacía  Luna cada mes, en una lucha sin principio ni fin.


Otros como Oso, se aprestaban a pasar largas lunas aletargado, para salir de su guarida en compañía de sus crías tras la estación fría. 


   
  


A los pies del hechicero, Madre Tierra  se precipitaba cadenciosamente como Arroyo hasta el fondo del valle, buscando otro afluente hermano que lo acogiera en su largo brazo...."





Muchas veces había partido el chamán a patrullar los grandes espacios abiertos, a sobrevolar Laguna Grande, a seguir la desbocada corriente de Río, interrumpida por los  diques construidos por Pequeño Hermano Que Habla o por el eterno bramido de Trueno de Agua, que cae desde una altura varias veces la de Abeto y en cuyas orillas Coyote había arrebatado más de una vez Salmón a Nutria.




Había observado como Madre Tierra abrasaba enfurecida cualquier vida a su alrededor, elevando Geiser su hirviente hálito en el aire hasta debilitarse. 




¿Qué mayor esplendor se podía desear que el que su aguda vista abarcaba? Hasta ahora, en su emplumado cuerpo había podido surcar los cielos, recorriendo en silencio las alturas, observando con su penetrante visión hasta donde ningún humano podría hacerlo.  Su poder como hechicero y líder se lo permitía. Ningún otro entre los dispersos pobladores de aquél Edén ostentaba dicho poder. Nadie podía como él intercambiar su alma con el de un animal. Nadie tenía la potestad para ver más lejos, correr más rápido,  volar más alto o nadar más profundo que Águila Calva. Aunque su predilecta era ella. Surcar las alturas en libertad, en silencio, poseedora del conocimiento, de la belleza que nadie más disfrutaba, sentir el aire de la montaña acariciando su rostro y el aroma de las flores colmando su olfato de embriagadoras sensaciones. 







Pero sin Madre Tierra enferma no habría salido una vez más a patrullar aquél Paraíso. Si no temblara irritada, perdiendo los nervios cada vez con mayor frecuencia[1]; si ésta, palideciendo, no hubiera descuidado las alegres tonalidades de algunas de sus tórridas lagunas hasta convertirlas en pestilentes pozas; si en más de una ocasión su hermano Sol no se hubiera ocultado  tras el manto negro que cubría el firmamento, descargando Rayo,  y calcinando criaturas y bosques sin aliviarlos después con las refrescantes aguas, entonces, Águila Calva no habría descubierto aquellos espíritus malignos.



¿Qué precio poner al Paraíso? ¿Qué alma enferma se atrevería a suponer que habría abandonado sin lucha la Tierra de sus ancestros en cuyo despiadado enfrentamiento había quedado mutilado?



Una postrera lágrima nubló su visión mientras que su conjuro, a media voz, iba tornando la tristeza en odio. Ni la promesa de Pequeño Hermano Que Habla le reconfortaría:
  -Te prometo Padre, que no descansaré jamás hasta vengar tu afrenta, aunque ello me cueste mi propio Aliento.
Un último esfuerzo separaba la oscuridad eterna de la  vida eterna. Su brazo derecho, alzado, reclamaba la presencia de los espíritus de sus “hermanos” mientras la brisa de la mañana giraba ahora en torno al hechicero y ascendía hasta el cielo en un torbellino atronador.
   - ..............Kental taj-monwé, ka aruwé sha tanaka shirkan uruk-ra hamarashté ej uruk-ka  ta imolé”. Su voz caía en aquel momento sobre el valle con la fuerza despiadada del látigo, estremeciendo el cuerpo habitualmente impávido de Mamut. Los más ancianos no habrían podido recordar que ningún sonido semejante hubiera perturbado de aquella manera el sueño de Madre Tierra. Ni siquiera el bramido de Geiser, cabalgando en el silencio de la noche, se podía comparar.
Una serpiente color azabache se elevó desde el fondo del valle hasta encontrarse con Águila Calva. Aquella miríada de mariposas negras, atrapadas en el interior del tornado, danzaba en torno al hechicero un baile macabro antes de  remontar el vuelo. En un último instante, una de ellas se posó sobre el hombro de su brazo ileso. El chamán inclinó su cabeza y su duro rostro esbozó una sonrisa. La mariposa rodeó por última vez al líder y continuó su vuelo.
Águila Calva, mientras la inmensa espiral agonizaba, se giró extenuado y retornó con paso cansino al interior la gruta situada a su espalda.  





[1] Este fragmento ha sido recogido mediante tradición oral, transmitida a lo largo de generaciones por los descendientes de los primeros nativos que habitaron en Yellowstone. En él nos es revelada (según la Sagrada Palabra de los ancestros) el origen de los temblores de tierra: 
“En el  Génesis Madre Tierra concibió en su vientre en cuerpo y alma a todos sus hijos, animales y hombres. En los albores de la Creación, todas las criaturas vivían en armonía con La Hacedora. Pero hace mucho, [...], cansados de obedecer sus dictados, algunos la traicionaron, cometiendo todo tipo de tropelías contra Ella. Mataron, mutilaron y quemaron sin necesidad los presentes que les habían sido confiados, humanos, animales o bosques, condenando a inocentes y culpables a un éxodo sin fin....
 - “Por todo el daño causado, mi zozobra os castigará y os recordará con mi estremecimiento, el dolor que en mi causan vuestros desmanes.....”

lunes, 3 de marzo de 2014

LA MARIPOSA







 Las últimas nieves del invierno desaparecían con intolerable rapidez. Un enjambre de nubes en el horizonte se cernía sobre  aquella mañana de primavera, mientras una ventisca creciente amenazaba la tranquilidad del momento. Entretanto, los excursionistas aprovechaban el más mínimo rayo de sol, ávidos por reencontrarse con la Madre Naturaleza. El aroma de la barbacoa se extendía a lo largo del valle.

 -¿Cómo la quieres? Dijo la mujer.
  -Te he dicho miles de veces que la quiero casi cruda.
 Aquella respuesta en un tono contenido bastó para que H. inclinara la mirada y continuara su labor.
 Aunque nunca había llegado a la agresión física, sus constantes amenazas le hacían preguntarse a menudo qué había visto en aquel hombre de maneras groseras y de instinto agresivo. Su corpulencia- sobrepasaba los dos metros de altura y los 170 kilos de peso- no ayudaba en absoluto a encontrar una respuesta. No se trataba precisamente de un cuerpo atlético y bien formado ya que las largas jornadas cortando leña lejos de su familia, no le habían definido la musculatura.
 Tampoco era Ulysses Evergreen un hombre atractivo; la cicatriz congénita que atravesaba su ceja y cegaba parcialmente su ojo izquierdo, cruzándole la cara desde la frente hasta la mejilla, se hubiera dicho producto de una bronca. Le confería un aspecto siniestro del que él parecía disfrutar cuando descargaba uno de sus roncos rugidos  a alguno de “sus” familiares. 
 Sin embargo, los rumores claramente malintencionados sobre su carácter irascible, no  podían demostrar que él fuera el responsable de enviar a un chico al hospital tras una disputa. Claramente, estaban destinados a mermar su honorabilidad y buen nombre que había acuñado tras largos años de duro trabajo. Claramente, la incompetencia de aquel tarado imberbe en el manejo del hacha había provocado el lamentable accidente.
 Quizás tuviera un carácter independiente (jamás había aceptado las órdenes de nadie) o quizás no fuera el padre más cariñoso del mundo,  pero nadie podría decir nunca que no había puesto todos los días de su vida un plato de comida en las inquietas manos de su pequeña familia.
 Su padre, artista de profesión, no trató en ningún momento de torcer su natural inclinación hacia la caza. A pesar de su amor por los animales siempre lo apoyó aunque nunca comprendió de quien había heredado aquellas aficiones. La amada mujer del pintor, al que había alentado incondicionalmente desde sus inicios y en la que confiaba plenamente, nunca jamás le habría dado razones para dudar de su fidelidad, a pesar de aquella situación anómala. Ésta, una vez superada la larga convalecencia del parto aceptaría el “desafío” con maternal generosidad y se entregaría a su “tarea” con testaruda paciencia.



Ocelos: Mancha redonda en las alas de algunas mariposas que imitan a los ojos de las aves rapaces... 

 El hijo de Ulysses,  perdido durante horas en algún lugar de la montaña, corrió hasta la mesa con gran excitación. En sus manos un ejemplar de mariposa desconocida  para ellos.
  -¡Papá, papá, mira que bonita!
  -¡Déjame en paz, niño!, ¿No ves que estoy comiendo?- expetó el padre mientras luchaba con el descomunal bocado.- La sangre del formidable trozo de carne corría por sus dedos.
...que capturan a las aves que devoran a dichas mariposas.
  -Pero papá, esta no la tenemos; ¡qué pasada!.
 El pequeño demandaba con mirada suplicante la atención del padre. Esos grandes ojos azules recordaban a los  de su madre, con menos ojeras y con menos arrugas varios años atrás. El cazador hubiera deseado un digno sucesor, pero su mujer, “seca” desde su último aborto, no le había podido proporcionar más que una patética caricatura de sí mismo.
 El tiempo había sido indulgente con H., en la medida de lo posible.  La supuesta delgadez extrema y la fragilidad de su corazón no eran sino extravagancias de los matasanos, que siempre andan alborotándolo todo y que en una mente débil como la suya encontraban suelo fértil para la hipocondría. Incluso él había sufrido los desvaríos de esos chamanes con bata. Que si tiene usted que adelgazar, que si pasa muchas horas de pie, que si esa rodilla le pasará factura tarde o temprano. ¡Polladas!
 Una furtiva mirada delató la fascinación que sentía por esos bichos.  ¿Cómo podía seducirle esa mariconada?, ¿Que renglón del orden natural de las cosas se había torcido para pasar días enteros acechándolas desde el interior de su cabaña?, ¿Por qué inculcar a su hijo esa memez cuando podría enseñarle a cazar como a los hombres? Claro que, hasta ahora, la nenaza tampoco había mostrado mucho interés por la verdadera caza, disfrutando únicamente del afectado pasatiempo. Sorprendentemente, a sus doce años de edad no había sido capaz de dar caza ni a un triste lobo en alguna de sus solitarias incursiones en Montana, mientras que él ya lo había logrado a una edad mucho más temprana.


 Había algo familiar en aquella mariposa atrapada por el jovencito. Quizás su color negro -que le ayudaría a absorber más rápidamente la luz del sol-; quizás las escamas largas y peludas que cubrían su cuerpo para retener el calor; quizás aquellos ocelos amarillentos, dibujados en la parte inferior de las alas con un punto negro en su interior. En cualquier caso, la envidia por haberla atrapado su hijo iba en aumento. Agarró el caza- mariposas bruscamente y observó con aparente desdén los vanos esfuerzos del animal por liberarse. No podía creerlo. ¡Una belleza así jamás había sido vista por él! El brillo en sus ojos no podía simularse. En sus largos años buscando esas “damiselas” (que se remontaban hasta donde alcanzaba su memoria) nunca antes había visto un espécimen  de esa hermosura, ni recordaba haberla visto en catálogos o colecciones. ¿Sería esta la mariposa ansiada durante tantos años?, ¿Sería la joya de la corona que cerraría definitivamente su colección?

 Con insospechada  torpeza asió un tarro preparado para la ocasión y  sus temblorosas manos lo destaparon tras varios intentos. Seguidamente, bajo la incrédula mirada de su familia (que nunca lo había visto en aquél estado), introdujo el animal en el recipiente con una prudencia y un tino desconocidos en él. Una sonrisa estúpida asomó a su cara desencajada. El cazador, orgulloso, alzó el tarro  a modo de trofeo, mientras una ventisca que surgió de entre las nubes  rodeó a la familia por unos instantes, bajando del tempestuoso  cielo en forma de tornado.

Entretanto, el animal, inmóvil en su prisión, asistía impasible al espectáculo. Parecía aceptar la  derrota con estoica serenidad. El hombre, absorto por “su hazaña”, permanecía indiferente a los acontecimientos, ante la atónita mirada de su esposa, que no se explicaba nada de lo sucedido. Después de todo, los tornados eran infrecuentes en aquellas tierras. Cierto que de pequeña pudo divisar uno de enormes proporciones a muy larga distancia[1], pero el fenómeno era más bien escaso en la zona, y además, no comprendía que tal suceso de naturaleza salvaje hubiera azotado el lugar sin causarles el menor rasguño. 
Una pesada lluvia se precipitó sobre los excursionistas, dando fin a la accidentada mañana.




[1] En julio del año 1987 un tornado devastador que alcanzó más de 300 Km. / hora arrasó parte de
Yellowstone, arrastrando consigo gran cantidad de árboles.






domingo, 2 de marzo de 2014

EL REY





El tarro fue depositado sobre la mesilla de la chimenea. Al  día siguiente la atravesaría con un alfiler, como era su deseo. Allí, desde el confort de su sillón, podría observar la hermosura del insecto, colocado éste entre una pequeña pica americana y una ardilla listada, ambas disecadas.

Un último vistazo le permitiría apreciar las formas desdibujadas del salón bajo la cálida luz de la lumbre.Una hermosa  piel de lobo gris yacía en el suelo con las huellas recientes de sus grandes botas embarradas sobre el lomo. Ésta era la tercera, puesto que los dos primeros animales sacrificados no fueron de su agrado para tan noble tarea. Junto al “trono” en el que descansaba, una lámpara de mesa averiada, elaborada con astas y piel de animal, realizaba una función decorativa sobre una pequeña mesa. En el centro del salón, sobre la mesa grande, una diminuta pecera con dos inquietos pececillos de colores, comprados una aciaga tarde para no soportar los insistentes gimoteos de la nenaza, representaba la única pincelada de vida en aquél mausoleo, como si quisieran subrayar el morbo de aquél homenaje a la muerte.En la entrada, tras la butaca donde él reposaba, un enorme oso se erguía amenazante con sus brazos extendidos, como queriendo proteger la estancia de intrusos. Bajo la trémula luz de la fogata, las sombras palpitantes del oso, proyectadas sobre la pared, parecían cobrar vida. En el lado contrario de la puerta, un águila con las alas plegadas descansaba sus enormes garras sobre una falsa rama.

Compro Oso disecado
Afortunadamente, nadie había visitado la cabaña durante años. Su situación, en la orilla del lago más alejada a la carretera, la protegía de la mirada de los curiosos, aunque en ningún momento le pareció suficiente razón para que sus suegros nunca acudieran a saludarlos. Jamás los  vejestorios  plantaron un pie en su “guarida”, ni siquiera para visitar a su amado nieto cuando caía enfermo. Aún así, varios rifles se escondían bajo llave en el interior de un pequeño armario, cuyas puertas se encontraban constantemente cerradas para evitar que ningún soplón diera el chivatazo a las autoridades, o quizás para impedir lo que él denominaba “una lamentable desgracia”. 

En la pared de la cabaña se alternaban los cuadros de las mariposas con cuervos disecados, cada uno posando sobre una ramita. Sobre placas doradas fijadas a los soportes, se sucedían consecutivamente las fechas de nacimiento y muerte de los pájaros, que habiendo coexistido en total libertad con los ocupantes de la propiedad alcanzaban en algunos casos la edadde treinta años: ....1847-1876; 


"...las dos versione de la Biston Betularia..."
1876-1904; 1904-1934; 1934-1959; 1959-1989; 1989-........; y así, unos diez de ellos distribuidos entre los paneles de los lepidópteros.  H., que nunca entendió la devoción mostrada por los funestos pájaros, no discrepó cuando el cazador reemplazó por sus “golfillos truhanes” unas fotos del niño, que antaño se codeaban con las delicadas damiselas. Colgadas de la pared se encontraban, reposando en estricto orden, la Parnassius apollo, de Europa y Asia -con antenas cortas y escamas largas y peludas-, la Chazara briseis, la Pontia Callidice, la Lycaeides idas, la Plebejus Pylaón, las dos versiones de la Biston betularia[1];la Bhutanitis lidderdalei -con sus hermosos ocelos- de La India y Tailandia; La Baltia butleri del Himalaya..... Y así más de quinientas de ellas adquiridas o atrapadas en varios continentes y dispuestas en cerca de una veintena de cuadros en las paredes del salón.















"Tan abundante otrora y que desaparece debido
 al calentamiento progresivo de las Rocosas."


En el centro del cuadro destaca
 un notable vacío en la que habría de ensartar
- según había repetido desde hacía mucho tiempo -
 “la mariposa de su vida”.





Su colección favorita presidía destacada sobre la chimenea. Esas mariposas  de Norteamérica y Europa habían sido capturadas por su propia nenaza: La Colias  palaeno, la Erebia meolans, la Euchloe creusa, la Euphydryas cynthia. Allí se encontraba la Danaus plexippus o “Monarca, muy diferente a la Speyeria mormonia, tan abundante otrora y que desaparece alarmantemente debido al calentamiento progresivo de  “Las Rocosas”.  En el centro del cuadro destacaba un notable vacío en la que habría de ensartar- según había repetido desde hacía mucho tiempo - “la mariposa de su vida”. En el exteriorUnos quejumbrosos aullidos sonaron a unos metros de la cabaña, atrayendo la atención del hombre hacia el extremo del destartalado muelle de madera. Éste, ante la magnífica oportunidad que se le ofrecía, se asomó por la ventana para confirmar la presencia del animal. Un hermoso lobo negro de grandes ojos azules que permanecía allí sentado lanzaba aquellos lastimeros  quejidos. Su magnífica silueta se reflejaba sobre las serenas aguas del Sylvan Lake, interrumpidas únicamente por alguna hoja seca cubriendo su último trayecto. Situada la cabaña junto a su orilla, frente al Avalanche Peak, los incendios y las plagas había consumido la vida alrededor de ésta, mientras East Entrance Road, el único cordón umbilical que les mantenía vinculados al mundo, hacía más turbadora la desolación del lugar. Las sinuosas curvas bordeando las Rocosas, los riscos escarpados que la abrazaban y la soledad de sus largos tramos conferían una inquietante belleza al entorno.


                                                                                                                     


Un magnífico ejemplar de pino, que antaño proporcionaba una magnífica sombra, caía entonces famélico sobre la orilla del lago, manteniéndose a duras penas en pie. Hacía días ya que una pareja de cárabos, desterrada de su nido en el tronco tronchado del árbol, no anidaba  bajo la ventisca, como  solían hacerlo cada año por primavera. Solo un cuervo acechando a los huérfanos polluelos de su interior o a algún escurridizo gusano escondido en  la podrida madera, rompía el silencio del retiro con su inquietante parloteo:
  -Ven aquí cabrón, rrok-rrok, ven aquí cabrón, - Repetía incesantemente con su fúnebre plumaje, como un siniestro carcelero al servicio del “rey”.













Éste, después de echar un vistazo con excitación a través de la ventana, 
corrió   por un rifle hasta el armario, del que solamente él tenía la llave. Una vez cargado, se inclinó discretamente sobre el marco  para comprobar frustrado que el lobo, como anticipando acontecimientos, había desaparecido silenciosamente.Una despechada detonación del 300 winchester magnum rompió la superficie inmaculada del agua. 








[1] Durante la revolución industrial, los árboles en Manchester se cubrieron de hollín. La versión clara de la mariposa, al ser visible a los predadores cuando se posaba en los abedules, fue decreciendo en cantidad, mientras que la oscura fue incrementando. Al desaparecer de nuevo el hollín, se produjo el proceso inverso.

sábado, 1 de marzo de 2014

LA ALIMAÑA



De nuevo en su sillón, inmerso en su autocomplacencia –la llamaré la mariposa Ulysses, pensaba- olvidó cerrar la ventana, sumergiéndose en un profundo sopor.Al mismo tiempo  , un entristecido aullido se dejó oír por todo el valle.






  
-¿Pero que coñ....? –preguntó el padre, aturdido por el sueño.Antes de terminar la frase, un estruendo hizo temblar el techo.
  -¡Ayudaaa! 
Cuando la vista se  habituó a la oscuridad del dormitorio,
la pudo percibir con alguna dificultad a la izquierda de
la habitación
Los sollozos de dolor y pánico de la mujer no le permitieron emitir otra llamada de auxilio. Estos se alternaban con gruñidos y aullidos que helaban la sangre.El hombre, rabioso por el sobresalto,  subió la escalera en dos zancadas a pesar de las punzadas en su rodilla.Tras cruzar el umbral de la puerta, la persiana, con solo unas rendijas entreabiertas, apenas permitía distinguir nada. Cuando la vista se habituó a la oscuridad del dormitorio la pudo percibir con alguna dificultad a la izquierda de la habitación.

  H.,Agarrotada por el miedo y la mirada desencajada, permanecía allí de pié con un zarpazo que le cruzaba la mejilla. Con el camisón hecho jirones, se debatía entre el pánico hacia a su marido y el que sentía hacia aquella inesperada bestia. Frente a él se hallaba la cama ensangrentada del niño. Apenas destacaban dispersas las desconchadas cuentas de hueso de buitre y las plumas negras del atrapasueños[1]que colgaba del techo, que, agitándose frenéticamente sobre las sábanas blancas, las había dejado caer encima del colchón. 

-¿Podría contarme alguien  que cojones está pasando antes de que haya que lamentar una desgracia?
–dijo en tono a duras penas
 reprimido mientras clavaba su penetrante
mirada sobre su esposa. Muy despacio, ella señaló hacia un alboroto al otro lado de la 

caótica cama, apuntando únicamente con la mirada. El hombre, sin titubear, se dispuso a  rodearla con paso firme, caminando sobre los tablones de madera. Al dar el primer paso un inoportuno chasquido resonó en toda la habitación. Antes de dar el segundo, un ser poseso, impulsado por sus poderosas extremidades se había arrojado sobre él desde el suelo, salvando la distancia de tres metros que los separaba. Sobre el espejo de la pared, el cazador apenas pudo atisbar una silueta negra aferrada a su cuerpo mientras se debatía con aquella bestia de fuerza sobrenatural. Una larga lucha se prolongó durante minutos intentando deshacerse de aquel ser demoníaco, sintiendo todas y cada una de sus afiladas garras profanando su carne, como cuando atravesaba el corazón de su mujer con su lacerante mirada.

Mientras, ésta, con los 
sentidos fijos en la escena y la respiración entrecortada, deslizaba verticalmente su espalda contra la pared sin atender al dolor, dejando a lo largo de su superficie un rastro de sangre por las heridas infligidas en aquella. El cálido aliento de la alimaña caía sobre la cicatriz de la cara del leñador mientras intentaba arrancarle ésta a mordiscos.Por un instante pudo atisbar en la oscuridad sus ojos reflectantes como espejos. Ningún alma de naturaleza humana se podría entrever tras aquellos ojos traídos del infierno. Por fin el hombre pudo deshacerse de la bestia de un manotazo, lanzándola sobre el colchón semi desnudo. A medida que amanecía, la luz de la mañana iba penetrando en el cuarto a través de las rendijas de la persiana.






 No era posible. Allí, postrado a cuatro patas sobre la cama, como si de un macho alfa[2] se tratara, su hijo, en posición amenazante, exhibía entre sus dientes el lóbulo de una oreja y algunos cabellos de la barba del cazador; mientras la sangre le corría por la barbilla mezclada con la espuma. Los vellos erizados, el cuerpo desnudo, los ojos inyectados en sangre. El rugido por el dolor pudo oírse en el exterior a cientos de metros, seguido por el desgarrador aullido de un lobo
-¡Te voy a matar, cabróoon!



  -¡Noooo! ¡Dios mío, no sabe lo que hace!- respondió H., que superando su pánico consiguió interponerse entre el chico y su padre–. Tras unos instantes de forcejeo el incidente se saldó con ella en el suelo y con el chico reducido.
De camino al hospital con su familia, junto a la carretera, el padre pudo atisbar aullando sobre una roca a un hermoso lobo negro de grandes ojos azules. 















[1]Amuleto indio que protege de los malos sueños. 
[2] Macho de la pareja líder de una manada de lobos.